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La Poesía Visual del grabador Mapuche Santos Chávez

Esta es la historia de Santos Chávez, un hombre de la Araucanía que mostró al mundo su tierra y su gente a través de una bellísima poesía visual

© Santos Chávez, Chile, 2017. Mi amada tierra, 1978. Xilografía, 50,4 x 42,7

La obra de Santos Chávez es de una belleza que impacta en su poder de síntesis, en su fuerza para comunicar desde lo simple. Y no sólo desde una mirada estética, si no también desde su temática; la vida primaria del ser humano, su conexión con la tierra, con el viento, con la luna y el sol. Es un artista que trabaja con lo prístino en todo sentido. Su iconografía se remite a su infancia en el mundo rural, una vida que nunca volverá a experimentar, pero que transformará en poesía visual en cada uno de sus trabajos. Santos Chávez recorrió el mundo, vivió en grandes urbes como el Berlín de la RDA, pero nada de eso afectó su obra que siguió imaginando y poetizando su niñez campesina en la tierra de Arauco.

© Santos Chávez, Chile, 2017. Tarde de viento, 1990. Xilografía, 33 x 35 cm

INFANCIA

José Santos Chávez Alister nace en 1934 en una localidad rural llamada Canihual, entre Tirúa y Quidico en el sur de Chile. Un lugar, que en esa época, albergaba bosques milenarios, arroyos prístinos y praderas verdes. Su abuela materna de origen mapuche se casó con un naufrago escocés de apellido Mac Alister, pero ya su madre se queda solo con el «Alister». Su padre, chileno y amante de la cultura mapuche, era el escribano de carabineros, pero los dos mueren, quedando Santos huérfano a los 12 años, junto a 6 hermanos.

© Santos Chávez, Chile 2017. Astro creador de mi pueblo, 1964. Xilografía, 48 x 33 cm.

Desde los 7 años, que muere su padre, hasta los 14, vive pastoreando las cabras de un patrón maltratador, que le pagaba en chivos y que sólo le permitía ir a la escuela los días de lluvia. Fueron solo estos años los que Santos pasó en el campo, pero al parecer la soledad del monte y la compañía de la naturaleza fueron tan fuertes como experiencia, que de ella extrajo la imaginería de toda su obra. Como dijo su amigo Pedro Millar «todo su saber, todo su patrimonio afectivo, le vienen de lo vivido en ese tiempo original. De allí, como de una cantera, ha venido obteniendo los materiales para la concreción de su imaginería»

Curiosamente Santos no fue criado bajo la cultura Mapuche, su madre Flora Alister Carinao, campesina y ceramista, no lo permitió. Pero su pertenencia a esta etnia y a su tierra, lo marcaron toda la vida. Sentía su sangre en su rostro, en su parsimonia y en su “morenidad” como él decía. Quería preservar la memoria de su pueblo, así junto a sus bucólicas piezas constantemente introduce a los “hombres de la tierra”, de rostros morenos e inescrutables. «Trato de expresar la raza, lo poco que nos va quedando de americano. Soy un araucano que trata de universalizar el sentimiento de la gente sencilla. Tierra y hombre forman una entidad». Y ciertamente Chávez logró en su vida mostrar al mundo su pequeño rincón, exponiendo a lo largo de su vida en varias ciudades de Europa y Estados Unidos. Desde la Araucanía al mundo; veamos como partió esta increíble historia.

© Santos Chávez, Chile 2017. Homenaje a mi pueblo, 1978. Xilografía, 51 x 41 cm.

SALIR DE ARAUCO

En una necesidad vital, de esas que se sienten desde el estómago, Santos Chávez abandonó a su patrón abusador y su vida de campesino a los 14 años para ir a buscar suerte a la ciudad. Llegó a Concepción a efectuar los más simples trabajos; copero, cartero, mueblista, etc., hasta que 10 años después, en 1958, se gana una beca para estudiar vespertino en la Academia de Bellas Artes con Tote Peralta. Es aquí donde descubre el mundo del arte, haciéndose de varios amigos como Julio Escámez y Albino Echeverría. Pero su ímpetu vital seguía latente, se traslada a Santiago donde es invitado por Nemesio Antúnez y Pedro Millar al Taller 99, creado hace algunos años. Rodeado de artistas como Delia del Carril (su gran amiga), Juan Downey y Roser Bru, va a descubrir y definir su vocación de grabador.

© Santos Chávez, Chile 2017. Eres como la tierra misma, 1978. Xilografía, 45,6 x 43 cm.

SU ARTE Y SU TÉCNICA

La obra de Santos es de una total originalidad. Admiraba a Marc Chagall que fue pastor como él, también a Durero, cuyos grabados contemplará en vivo en su estadía en Alemania. Pero en general se podría decir que es de esas luces en el mundo del arte, que destellan solos en el universo creativo, que no se parecen a nadie y que no se han influenciado por nadie más que por sus propias vivencias. Además Santos también le dio a su técnica un tinte de originalidad. A pesar de incursionar en varios procesos del grabado como la litografía, el aguafuerte o el dibujo, fue con la xilografía donde encontró la comodidad con el medio. Para un hombre del sur, del bosque, la madera se convierte en una parte más de su obra y que ciertamente la completa. Chávez no compraba las maderas, usaba pedazos de coihue y araucaria que encontraba. En ellos carvaba sus hermosas figuras, como una escultura, para luego aplicar la tinta. Seguidamente sobreponía el papel, y en vez de ocupar una prensa usaba una simple cuchara de madera, dándole una presión dispareja que lo acercaba a la artesanía. Nunca hacía más de 50 versiones de una placa, todas ellas ligeramente diferentes.

© Santos Chávez, Chile, 2017. Esta madura, 1968. Xilografía, 47 x 58 cm.

SALIR DE CHILE

La originalidad y la belleza de su trabajo hicieron a Chávez recorrer el mundo. En 1966 se gana la beca Andrés Bello de la U. de Chile, donde podía escoger un país para pasar tres meses, eligió México por su amor al muralismo de José Clemente Orozco. Estudio con su discípulo Fray Servando y luego viajó a Estados Unidos. Fue invitado a Stanford, después a trabajar en el Pratt Institute en Nueva York, donde el MoMa y el Metropolitan adquirieron sus obras. Fue también al Art Institute de Chicago donde le ofrecieron un puesto de docente, pero no quiso quedarse en una ciudad que consideró siniestra.

CHILE EN TRANSFORMACIÓN

Volvió a Chile donde se involucró en el gobierno de la Unidad Popular, en el fulgor artístico/social de la época, esculpió un mural para el edificio de la UNCTAD III (GAM) que está hoy en proceso de restauración y por supuesto, se sintió desilusionado con el Golpe de Estado. Santos no fue encarcelado ni torturado, su arte no era político. El decía que el artista podía estar comprometido pero no el arte, «mi obra no es realismo, es armonía, es sentido, es simbolismo y poesía”. Igualmente la vida bajo dictadura y la constante vigilancia de la DINA, le provocaron un profundo estado de nerviosismo que comenzó, por consejo de un médico, a calmar con el alcohol. Cuando en 1977, el Gobierno Militar lo invita a participar en una exposición colectiva en Argentina, Santos se niega y decide marcharse del país.

© Santos Chávez, Chile 2017. Ya viene el sol, 1997. Xilografía, 84 x 84 cm.

EL AUTOEXILIO

El deambular de Santos comenzó en Venezuela, no se pudo quedar y se trasladó a España, lo invitaron a Berlín Oriental, pero luego no le renovaron la visa. Así Santos pasó 4 años vagando por Europa, pobre y envuelto en el alcoholismo. Finalmente fue en Berlín Oriental donde encontró un refugio y el amor. Le ofrecieron unirse a la Sociedad Nacional de Artistas, el año '81 conoce a Eva, una mujer alemana austera y crítica, que se enamora tanto de él como de su obra. Sin grandes conocimientos en el área se da cuenta que es un trabajo que se debe preservar y difundir. Con su ayuda, Santos Chávez se hace un nombre en Alemania con exposiciones en Leipzig, Dresden, Colonia y Frankfurt y también en el mundo nórdico como Estocolmo, Oslo y Copenhagen.

© Rocío del planeta, 1999. Xilografía, 41 x 32 cm.

BERLÍN ORIENTAL

Desde su casa en Bernau a las afueras de Berlín, donde cultivaba su jardín, se dedica a trabajar todos los días con su característica parsimonia Mapuche. Su obra comienza a invocar lo oculto, a abstraerse, a transmitir cada vez con más fuerza la emoción y el asombro que produce la contemplación de la naturaleza, como en la poesía Haiku japonesa, de la cual era un gran admirador. Siempre le dijeron que su arte tenía algo de oriental. El quería alcanzar a través de sus imágenes algo del misterio de la vida. El “poeta de la madera” le llama su gran amigo Elicura Chihauilaf. Desde su profunda humildad y exacerbado rigor este hombre buscaba asir y descubrir la vida. “No puedo decir que lo se todo, por eso sigo trabajando, sufriendo y buscando para encontrar esa indescriptible cosa que uno busca…”

© Santos Chávez, Chile 2017. El mundo del Principito, 1997. Xilografía 45 x 45 cm.

VOLVER A CHILE

Con la llegada de los '90 el mundo cambio, la mitad de Alemania ya no era comunista y Chile ya no estaba en dictadura. Santos vuelve el año '94, luego de 17 años en el extranjero. Conoce a otros artistas mapuches y viaja a las reducciones del sur. Se reintegra al Taller 99 donde es recibido como un maestro. Pero por su delicado estado de salud, producto de un cáncer y del alcohol, deciden con Eva trasladarse a Reñaca en Viña del Mar, donde vive hasta su muerte el 2001. Quiso que sus cenizas fueran esparcidas en el mar porteño porque decía que“igual van a llegar al sur”.

© Santos Chávez, Chile 2017. Primavera nocturna, 1978. Xilografía, 57,5 x 45 cm.

Eva crea la Fundación Santos y Eva Chávez, que es hasta hoy la encargada de preservar y difundir su legado. En Tirúa, su zona natal, como homenaje se crearon varios murales de mosaicos con su obra, que hablan de ese mismo pedazo de tierra, de su viento, sus cabritas y los rostros morenos. Espero que su obra se siga propagando para que su poesía visual entre en nuestros imaginarios y nos haga conectar más profundamente con nuestra Tierra.

Agradecimientos a la Fundación Santos y Eva Chávez por el apoyo para esta investigación

Homenaje en Tirúa, 2001